La enfermedad del Alzheimer, popularmente conocida simplemente como “Alzheimer” es el tipo más frecuente de demencia senil. Se trata de una enfermedad neurodegenerativa que afecta principalmente a personas mayores y progresa irreversiblemente, produciendo un deterioro en las funciones intelectuales superiores y afectando al desarrollo normal de las actividades diarias.
Si bien es cierto que en el cerebro de las personas que padecen esta enfermedad se han encontrado depósitos de dos proteínas concretas (beta-amiloide y proteína tau), no se conocen las causas del Alzheimer. Es interesante destacar que, aunque la acumulación de estas proteínas es un hallazgo común en todos los casos de Alzheimer, la cantidad acumulada no guarda relación con la gravedad de los síntomas del Alzheimer.
Las enfermedades neurodegenerativas, y el Alzheimer entre ellas, se caracterizan por un deterioro de grupos de neuronas, cuya función condiciona las manifestaciones clínicas.
Los síntomas del Alzheimer son consecuencia de la pérdida progresiva de las funciones del cerebro, algunas intelectuales, como la memoria, el lenguaje, la orientación visual y temporal, la atención y planificación. Otras afectan a las capacidades emocionales e intelectuales, como la motivación, el estado de ánimo, la percepción de la realidad o el sueño.
El síntoma más característico es la dificultad para recordar acontecimientos recientes o para memorizar información nueva; aparece en las primeras fases del Alzheimer. A diferencia de la pérdida de memoria propia del envejecimiento, recurrir al contexto para atraer la memoria reciente no mejora la memoria.
Los pacientes también experimentan cambios de carácter, en el que predomina la apatía. Los síntomas de Alzheimer son diversos y cambiantes a lo largo del tiempo.
Algunos de los síntomas más frecuentes son:
EL Alzheimer evoluciona durante un largo periodo de tiempo, normalmente años, a través de una serie de etapas que han sido caracterizadas por los expertos:
La etapa inicial, con una duración aproximada de 1 a 3 años, se caracteriza por fallos en la memoria reciente, cambios en la conducta, desorientación, agresividad y falta de concentración. El paciente necesita supervisión en muchas actividades.
En una segunda etapa, moderada, de duración entre 2 y 10 años, se acentúa la dependencia, se agrava la pérdida de memoria, surgen problemas en el lenguaje, la persona tiene dificultades en expresarse y le cuesta hablar, no encuentra las palabras adecuadas. Aparecen también dificultades en funciones aprendidas, a menudo de la vida cotidiana, por ejemplo vestirse. Empieza a perder la capacidad de reconocer a las personas que conviven con ella. A menudo repite actos cotidianos ( tal vez ordena la misma cosa repetidas veces o deambula por la casa). Es cada vez más incapaz de realizar operaciones abstractas, como el cálculo. Se alternan momentos de lucidez con episodios de confusión mental, su enfermedad le hace cada vez más dependiente del cuidador.
En una tercera etapa, avanzada, durante 8 a 12 años, la persona se hace totalmente dependiente del cuidador. Se manifiesta una pérdida de la capacidad de habla total, pierde el reconocimiento de su propio rostro, aparece incontinencia y dificultad al tragar, con lo que se hace necesaria la alimentación asistida.
Durante todo el proceso de la enfermedad se hace imprescindible la asistencia por un equipo multidisciplinar, con la participación, entre otros, de neurólogos, geriatras, psicólogos y cuidadores.
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